lunes, 31 de octubre de 2011

Descansa en paz, Raquel.

Os dejo este cuento, no sé si llamarlo terror, suspense o qué, pero podría formar parte de algo mucho mayor que un simple relato. Espero que os guste.


Descansa en paz, Raquel.


María había pasado una mala época. Estaba harta de todo, hasta en ciertos momentos  el suicidio le parecía una alternativa factible ante su situación. Ya no estaba mal, sino al límite.
Suspiró al enfrentarse con sus ojos grises, el espejo estaba aun empañado tras la ducha que no había logrado relajarla. Ahí estaba escondida, al fondo de esos ojos grises, poderosa, mirándola a través de los mismos ojos.
Una sensación de miedo le recorrió todo el cuerpo, bajó la vista, suspiró una vez más intentando respirar con tranquilidad. Durante muchos años había intentado ocultar ese don, un don que tenía desde que podía recordar, don que no había pedido y jamás le había gustado, incluso lo temía, por eso se refugiaba en el baño para enfrentarse al juicio de su reflejo.
-Soy una imbécil –miraba con atención el reflejo- ¿Qué te parece si por una vez hacemos algo bueno tu y yo?
Esa mirada fue cogiendo fuerza, más poderosa alimentándose de la ira que la embargaba por entera.
Se vistió con sus tejanos rotos, una vieja camiseta y su chaqueta de falso cuero marrón. Sus botas, igualmente de piel sintética, y salió a la calle sin mirar atrás. Sabía a dónde iba y lo que iba a hacer, esta vez no tenía miedo, esta vez eran una.

Los mayores son gente de costumbres, por ello no tuvo dificultades para dar con aquél anciano. Se le rompía el corazón cuando lo veía caminando, más encorvado que nunca, como si entre sus cansados hombros hubiesen colocado una carga demasiado pesada. Era fácil encontrarlo cada amanecer en su paseo por aquél lado del río, sus ojos hundidos, agotados de llorar, parecían buscar algo en las aguas de aquél río sin dar con ello.
Se detuvo, si algún transeúnte lo viera, seguro que pensaría que ese hombre quería ahogar sus penas abrazándose a esas aguas. Ella sabía que no iba a lanzarse, pese al dolor, porque desde que lo encontrara, la había visto. Siempre cerca de su abuelo, cogiéndose de su brazo para tratar de consolarlo de alguna forma. Estaba tan centrada al lado del anciano, que no la había visto.
-Tu cuerpo debe estar por aquí cerca, tal vez en el agua –dijo en un murmullo.
El puente cruzaba el río permitiendo al saturado tráfico avanzar. Aquél puente nunca había llamado su atención, pero al mirar los cuatro pilares quedó desconcertada. Siempre había creído que había sólo dos.
Ese detalle perdió importancia cuando su don entro en acción, por un momento sintió su dolor, su desesperación, su soledad. Instantáneamente se giro y descubrió que seguía al lado de su abuelo, el anciano seguía contemplando las aguas, perdido en su sufrimiento, pero ella la había visto y la estaba mirando. María asintió ante su mirada, notaba que quería descansar, y que descansara toda su familia. Sabía que siempre les haría falta su sonrisa, sus chistes, sus peleas con sus padres, porque se sentía más adulta que adolescente. Todo eso había quedado atrás, ahora solo perseguía el descanso después tras sufrimiento.
Como una silenciosa serpiente, María se acerco hasta el abuelo, que la miro con sorpresa al descubrirla pero no se asusto, ya ni para eso tenía fuerzas.
-La ayudare –dijo María, asomándose a aquellos ojos cansados de sufrir y luchar-. Ella está a su lado, sé que puede sentirla, por eso viene aquí, porque ella lo hace notar que su cuerpo está por aquí, en alguna parte. Debe seguir sintiendo que está a su lado para que sepa que sigue luchando por ella.
El anciano no se sorprendió ante aquellas palabras, había sentido a su nieta durante mucho tiempo, desde que empezó el dispositivo de búsqueda. Miró a María sin decir nada, pero su mirada había cambiado, los ojos hundidos por la tristeza parecían mostrar una débil sonrisa ahora.
María no esperó un agradecimiento, desapareció igual que llegó, dejando la esperanza de que se fuera a hacer justicia.

Tampoco costó mucho esfuerzo dar con Alfonso cuando cayó la noche, estaba en el botellón.  Lo miraba y sentía asco, parecía celebrar su cobardía, herramienta para salvarse de una justicia demasiado frágil.
Lo vigiló durante un rato mientras su rabia iba en aumento, ¿Cómo podía una persona cometer tal barbaridad y estar tan tranquilo?  Parecía celebrar su libertad, obtenida por su red de mentiras y su juventud ante una justicia demasiado indulgente.
-Hay otra justicia y esa es inapelable –murmuró, furiosa por lo que veía.
Acosaba a una chica, por su aspecto una menor. Sentía ver a una fiera rondando a su siguiente presa. Estaba furiosa, había fuego en sus ojos.
Como si la realidad fuese un reflejo de aquellos ojos grises, las llamas empezaron a inundar el lugar, devorando a su paso coches y estructuras, alimentándose del alcohol derramado y avanzando hacia él, como si las llamas fuesen silencioso ejecutor de una justicia superior. Lo veía gritar, retorcerse en el suelo para apagar el fuego, pero ella sólo podía sonreír. No era más que el principio.

Los medios de comunicación llegaban como moscas a la miel, buscando noticias entre la basura con el único fin de subir sus audiencias, sin importarles el olor de carne y ropa quemada que flotaba en el ambiente. En el hospital estaban los que habían sufrido quemaduras en ese extraño incendio, recibiendo atenciones entre lamentos y llanto, comportándose como niños cuando les convenía.
Se acercaba una tormenta eléctrica empujada por un viento suave que con él traía una sensación de miasma.
Alfonso había sufrido pocas quemaduras aunque suficientes para ser internado durante unos días. Lo miraba con desprecio mientras se acercaba con su habitual sigilo, parecía demasiado absorto en sus excusas para sus familiares, a punto de aparecer, como para atender a una silenciosa persona que se acercaba.
Debió sentir la furia de su mirada, porque giró la cabeza hacia ella, sorprendido.
-Lástima, ya es tarde para la justicia de los hombres. ¿Esperas que te mate rápido por lo que hiciste con la motosierra? –Preguntó María, con una sonrisa en la comisura de su boca que no ocultaba el odio que sentía. Ya sabía que los tres tenían un pacto de silencio y ninguno de ellos lo había roto, ni lo haría. Por eso la miraba sorprendido, porque él también conocía la lealtad de sus amigos y no dudaba de ellos-. Sería demasiado bonito…, Tienes que sufrir más de lo que ha sufrido ella…
Disfrutó por un momento del miedo en los ojos del muchacho, casi podía notar cómo su corazón saltaba dentro de aquél pecho. María sonreía cada vez más ampliamente mientras Alfonso empezaba a asustarse. Ella sabía cosas que no podía saber, y aquella mirada…
-¡Enfermera! –Llamó.
Sacó los pies de la cama para tratar de llegar al pulsador, quería avisar a la enfermera, a un doctor… a cualquiera para no estar sólo con aquella extraña mujer. Detuvo su movimiento al sentir que sus pies no tocaban el suelo.
No había suelo, la habitación de paredes blancas no tenía suelo, el olor del desinfectante había dado paso al del azufre y bajo él, por debajo del suelo, podía ver el infierno mismo. Sólo la cama en que se encontraba permanecía allí, la cama y María, de pie sobre la nada, sonriendo ante su terror.
Gritó de dolor, sus pies se quemaban, el aire mismo lo asfixiaba y no pudo ver cómo ella se alejaba. Cuando la enfermera llego para vigilar encontró un cuerpo lleno de llagas y un fuerte olor a carne quemada, pero las sábanas estabas intactas. Salió corriendo horrorizada por lo que acababa de ver, gritando como si la persiguiera el mismo demonio.

El juez del caso de Raquel volvía a casa tras un duro día de trabajo, circulaba delante del coche del forense que parecía llevar el mismo camino. Reconocía el vehículo y no le sorprendió verlo por las calles, había oído que algo extraño había pasado durante la madrugada y posiblemente había muerte gente. Había oído algo de Alfonso, uno de los principales sospechosos del caso que más trabajo le daba últimamente. No le importaba demasiado el chico, lo había tenido delante y era un niñato prepotente demasiado conocedor de sus derechos.
Un fogonazo, pisó a fondo el freno del coche y quedó parado, el cielo negro se encendía con los relámpagos, uno de ellos a poca distancia, cegándolo por un momento. Un fuerte sonido y más relámpagos que caían formando una línea, hacia el cercano puente. Desde su posición pudo ver que uno de los pilares era alcanzado por los rayos y saltaba en pedazos, cayendo estos sobre la ribera. Bajó del coche impresionado por lo que veía, había algo que acababa de caer del pilar, algo que atraía los rayos, entre bolsas de basura, ropa ensangrentada y cascotes había una motosierra ennegrecida por la sangre seca.

María sonreía mientras el juez llamaba a gritos al forense, acercándose a lo que había caído del pilar, lo que ella había hecho caer. Sabía que en pocas horas los abogados de los cómplices de Alfonso irían a buscarlos a sus casas junto con un coche patrulla para llevarlos a testificar. Sabrían que el acusado principal, el más joven, tenía todo el cuerpo quemado y debería quedar de por vida con las terribles marcas en su piel. María estaba tranquila ahora, pues el juez estaba encontrando todo lo que necesitaba, se lo había entregado en bandeja. El castigo de Alfonso ya estaba ejecutado, y lo llevaría durante toda su vida, pero los otros dos estaban marcados ya, incluso en aquellos momentos, mientras ella observaba al juez, sabía que notaban que algo se movía debajo de su carne, algo que sólo ellos podrían sentir, mordiendo sus músculos, alimentándose de su carne pero sin herirlos de gravedad hasta que se les acabase la vida.

Después de dos semanas los restos de Raquel, cortados con la motosierra mientras aún estaba con vida tras haber sufrido actos crueles, recibía santa sepultura.
En anciano abuelo la descubrió, María observaba el sepelio entre la gente, en silencio, reparando en la pequeña sonrisa en el rostro del anciano. Por un momento, el pobre hombre había visto a su nieta, ahora en paz, a su lado, despidiéndose de la gente que quería. Al fin sus restos descansaban en paz y su familia tenía un lugar para recordarla.
Cuando María regresó a su hogar, pudo ver una figura que la esperaba. La tela negra parecía no albergar cuerpo alguno, pero la manga vacía señaló hacia la mesa, sobre la que había un trozo de papel.
-¿Quieres que siga haciendo justicia por ti, verdad? Pues lo haré. –dijo convencida.

sábado, 15 de octubre de 2011

Detrás de la ventana.

Os dejo un relato que dejé por algún foro, espero que os guste.

Detrás de la ventana.

Dicen que mirar el mundo detrás de una ventana, no es vivir, mientras observas a través del frío cristal la vida de  los demás, sin saber que en realidad te gustaría estar ahí fuera, siguiendo los pasos de tu verdadero destino.
Entonces,  llega aquel momento, el cual anhelaste  tanto, sales ahí fuera y por un tiempo vives igual que aquellos  que mirabas a través de ese cristal. Disfrutas de cada segundo que te regala el tiempo, como si fuera el último, temiendo que todo sea un sueño y su despertar se convierta en un dolor difícil de describir. Sin darte cuenta, vives igual que una presa que espera que su cazador de con ella.
Hasta que el temor crece tanto que entonces anhelaras tu refugio, tu querido nido tras esa ventana, convertida en tu hogar sin quererlo.
Y al fin la espera se termina, llegando tu cazador, robándote la miel que dejo que probaras para volver a dejarte a solas contigo misma, como si fuera cruel castigo de terrible pecado cometido en otra vida.
Pero tú eres más fuerte de lo que te esperabas. Vuelves, como animal herido, a tu hogar, detrás de esa ventana, donde el dolor no puede atraparte y te espera tu mejor amiga, la soledad.  Volverás a mirar la vida a través del cristal, que por algún tiempo no te parecerá tan frío. Allí te quedaras hasta que el destino y la vida vuelvan a conspirar en contra de tu frágil corazón.
Es difícil saber quien ganara esta batalla, pero lo cierto, que detrás de la ventana, se aprende mucho de los dos, destino y vida, de los que te protege esa misma ventana.
De detrás de la ventana, puedes intentar llegar a los que están como tú y decirles que no se encuentran tan solos como creen, ni son tan frágiles como el mundo les quiere hacer creer.
Tal vez solo les puedas hacer llegar palabras escritas con lágrimas de soledad, pero esas mismas palabras tienen un inmenso poder, el poder y el saber que sólo conocen los amantes de la soledad, del silencio, del dolor y de vivir mirando a través de una ventana.